Todo el mundo vive en Melrose Place

Pensando conmigo mismo

Estaba yo en mis cosas, en mitad de un maratón de la serie del momento Master of None, cuando vi una escena en la que me dejó divagando... sobre la existencia de la humanidad, cual filósofo ocioso o tertuliano de plantilla.

En el capítulo en cuestión, Aziz Ansari (me encanta cuando nombre y apellido empiezan por la misma letra) está en su casa con un amigo pensando en ir a comer algo. Tras largas cavilaciones, se deciden finalmente por unos tacos. 
Los tacos, como París, siempre son una buena idea. 
Pero no quieren unos tacos cualquiera. No, señor. Quieren los mejores tacos de Nueva York. Y lo dice con tal pasión que recuerda a lo que Billy Wilder le soltó a Raymond Chandler poco antes de encerrarse a teclear juntos el guión de ‘Perdición’: Vamos a escribir la mejor película de esta puta ciudad.

Así que los dos amigos se lanzan decididos a la búsqueda de los tacos perfectos: consultan todos los artículos tipo “Los 25 mejores tacos de NYC”, repasan los rankings de la revista Time Out, rastrean blogs de gastronomía, cotillean en varias apps, leen críticas en foros especializados, husmean en Twitter y preguntan a varios amigos foodies. 


Tras la intensa búsqueda, por fin dan con el food truck de los tacos perfectos al que se dirigen hambrientos como lobos. Pero para cuando llegan, el tipo del camión se ha quedado ya sin tortillas. Han tardado demasiado tiempo en tomar la decisión. No tacos, no party.

En ese momento, di al botón de “Pause”, mi mano adoptó esa posición antinatural bajo mi barbilla como de escritorzuelo ilustrado y miré al horizonte de mi cuarto por encima de la pantalla del portátil. Interesante.

Porque me pareció una metáfora perfecta de nuestra generación. La historia de nuestras vidas. Tenemos tal cantidad de información a nuestra disposición que a veces hasta nos genera problemas a la hora de tomar decisiones. Somos un océano de conocimiento de un centímetro de profundidad.

Y entonces comprendí el porqué del título de la serie: Aprendices de todo, maestros en nada.

Solo había tardado unos 10 capítulos en caer en la cuenta.

Epifanías aparte, me sentí muy identificado con esa situación. A veces queremos afinar tanto el tiro, queremos que encaje todo tan a la medida, que perdemos el oremus.

Siempre que me pongo a ver una película en casa, por ejemplo, tardo mucho en decidirme. PERO MUCHO. 

Me meto en Rotten Tomatoes, leo críticas, artículos, pido asesoramiento en Twitter, veo trailers, y paso por las cuatrocientas películas del catálogo  a mi disposición, hacia delante y hacia atrás, recreándome en esa especie de harén cinematográfico que tengo entre Netflix, Apple TV y Yomvi. 

Y lo que acaba pasando es que, cuando me quiero dar cuenta, me han dado las 2 de la mañana, no he empezado a ver la película todavía, por alguna confusa razón estoy en YouTube viendo un vídeo de una anaconda engullendo a un cocodrilo y las palomitas ya se me han quedado frías (esto de las palomitas es una especie de metáfora; odio comer palomitas viendo una película y lanzo miradas torvas en el cine a los que las comen a mi lado).

Me ocurre lo mismo cuando quedo a cenar con amigos y parece que estuviéramos eligiendo nuevo papa en vez de restaurante. 
Disponemos de tanta información al alcance de la mano que nos parece una temeridad precipitarnos eligiendo a tontas y a locas cualquier sitio para cenar. Simplemente odio ir a un restaurante caro y malo tan solo por no haberme tomado la molestia de investigar antes.

Nos obsesiona acertar continuamente con todas las decisiones que tomamos. Hemos desarrollado tal fobia al fracaso, por insignificante que este sea, que nos bloqueamos a la primera de cambio. 

Y el problema es cuando esto ya no solo se reduce a cuestiones nimias como la de los tacos (aunque acertar con los tacos a mí me parezca una cuestión bastante seria). Es todavía peor cuando se extiende a decisiones importantes. A las relaciones. O a un cambio de trabajo. O a la compra de una casa. O a operarte de la vista.

Por mi forma de ser, que jamás estoy seguro de nada de lo que hago, me da pavor comprometerme con alguien y luego descubrir que me encanta otra persona que acabo de conocer. 

Y acabar divorciándome 6 veces. Que sería algo muy mío, por otra parte. Con lo mal que se me da a mí todo el papeleo y la burocracia. O temo un escenario peor todavía: no llegar a conocer nunca a esas otras personas que me estoy perdiendo en universos paralelos.  Y así me paso la vida. Paralizándome ante cualquier cruce de caminos.

Pero no hablemos tanto de mí. Volvamos a la serie.

Poco después de la tragedia de los tacos, el protagonista asiste junto a su novia a la boda de unos amigos. 

Y cuando está escuchando esos votos tan cursis que suelen pronunciar los novios americanos en sus bodas, le empieza a entrar una angustia existencial muy woodyalleniana. 

Le invaden unas dudas terribles similares a las del momento de los tacos. Tiene tantas posibilidades abiertas ante sí, tantos caminos paralelos por andar, que cree que nunca sabrá si está haciendo lo correcto.

La incertidumbre es el cáncer de la Bolsa y de las relaciones. (BOOM. Oliver Stone, te presto esto para Wall Street 3).

A mí esto de atravesar dudas existenciales en mitad de las bodas es algo que también me ocurre a menudo. Así que luego salgo de las iglesias pálido, trastabillándome con los bancos y con el gesto descompuesto, buscando la barra de mojitos como si me hubiera dado una bajada de azúcar. 

Mi pesadilla más recurrente (junto a la de que todavía me falta un examen de la carrera por aprobar, algo que me atormenta aproximadamente cada tres días) es que me tengo que casar con alguien a quien acabo de conocer. 

Y está toda la gente esperando fuera y yo sé que estoy cometiendo un gravísimo error. 


Y ya no puedo parar nada. Y tengo la horrible sensación de ser un miserable. Y de hacer miserable a la otra persona. A la que acabo de conocer y que me tendría que dar igual, pero bueno... Soy el Capitán Angustia.


Sobre todo, nos angustia no ser tan felices como lo felices que deberíamos ser.
Somos una generación moldeada por Facebook, Instagram y las películas.

Que se cree realmente que el resto de la gente es tan feliz como muestra en sus fotos. 

Que Los Otros, esa especie de tribu rival a la que espías desde tu isla solitaria con un catalejo, se quieren tanto como se esfuerzan en demostrar a base de emoticonos, fotos y declaraciones de amor eternas. Y no solo eso: creemos que hemos de aspirar a eso. Que merecemos esa felicidad realmente inalcanzable. Y no existe.

Porque todos nos hemos vuelto publicistas de nuestras propias vidas. 

Nos vendemos a los demás del mismo modo que un creativo publicitario argentino te vende un BMW, la colonia Armani a la que teóricamente huele ese actor guapo o las NIKE que ya usabas hace 12 años. Ahora todo el mundo vive en Melrose Place. O en Pleasantville.

La cuestión es que no nos hemos dado cuenta todavía de esto. O no lo tenemos del todo interiorizado.

Hace poco estaba viendo la tele con un amigo que me comentaba no entender por qué en los anuncios de los coches siempre aparece esa aclaración en letra pequeña de “Imágenes grabadas en un circuito cerrado”.

  1. ¿Qué se creen, que pensamos que eso es verdad?
  2. ¿Que pensamos que ese Audi puede hacer todas esas cosas?
  3. ¿Que no sabemos que hay un piloto profesional conduciendo eso?

Y luego ese mismo amigo es el que se arranca la piel a tiras cuando aspira a llevar la vida de otros en Facebook,  cuando se muere al ver a su exnovia feliz con otro como si vivieran en un anuncio de turismo de las Bahamas o cuando le entra complejo de inferioridad al ver que el tonto de su colegio es CEO y Co-Found er de una startup rimbombante tan solo porque lo pone en LinkedIn. Y se lo cree todo.

Y no se da cuenta de que es tan absurdo como lo del ejemplo del coche. Que tal vez también deberían empezar a incluir leyendas como las de “Imágenes grabadas en un circuito cerrado” justo debajo de las fotos que se cuelgan en Facebook o Instagram para que dejáramos de hacer el tonto.

  • FOTO FELIZ EN UN FESTIVAL
  • (No le está gustando el concierto, odia esta música, le duelen los pies, no entiende lo de los putos tokens y desearía estar ya en casa) 
  • FOTO HAMBURGUESA #YUMMY #BURGER 
  • (La hamburguesa es del compañero de mesa. Ha pedido una ensalada. Ha hecho una hora de spinning esta mañana )
  • FOTO EN UNA HAMACA CON UN “AQUÍ, SUFRIENDO”
  • (Realmente está sufriendo)


La semana pasada me tomé un café con una señora que me dijo que, tras tres matrimonios fallidos, se consideraba una “náufraga sentimental”. Lo primero que pensé es que “Náufraga Sentimental” era un título fabuloso para una canción. 

Algo así como el reverso tenebroso de “Cuando zarpa el amor” de Camela. Si es que puede existir tal cosa como un reverso aún más tenebroso que Camela. Luego pensé que también sería una buena línea de diálogo de Humphrey Bogart en Casablanca.
¿Cuál es tu nacionalidad?
Naúfrago sentimental
El caso es que me encantó la ligereza con la que me hablaba de sus fracasos. No trataba de ser una Don Draper de su vida. No tenía afán por venderme lo guay que era a cada frase. 

Me recomendó un libro: Mis traspiés favoritos, del ensayista Enzensberger, Príncipe de Asturias, que de joven estuvo afiliado en las juventudes hitlerianas hasta que le echaron (no sé qué tiene que hacer uno para que le echen de las juventudes hitlerianas). A veces consuela ver que otros cometieron errores más graves.

Tengo un amigo muy sentimental. Aunque no lo aparenta. Porque nunca hablamos de estas cosas. Hablamos de Zidane, de rutinas del gimnasio, de la mejor ensaladilla rusa, de Los Simpson, de la caída del petróleo, de zapatos  o de la política exterior de Panamá. 

Yo qué sé. De lo que sea, menos de este tipo de cosas. Siempre le digo que tenemos un Vertedero Emocional

Una especie de pozo sin fondo, a kilómetros de profundidad en nuestro interior, al que arrojamos todos nuestras dudas tóxicas, penurias sentimentales, errores, miedos y paranoias para que nunca, bajo ninguna circunstancia, salgan a la superficie. Y cerramos herméticamente las compuertas. Tal vez no sea muy sano. Luego saldrán Godzillas de ahí, claro.

Siempre que pienso en mi Vertedero Emocional, me lo imagino como el Pozo de Darvaza, también conocido como la Puerta del Infierno (nombre mucho más comercial, dónde va a parar). Está en el desierto de KaraKum, en Turkmenistán. 

Se trata de un enorme cráter, lleno de gas, que lleva ardiendo sin parar desde los años 80.

No importa lo que ahí tires; todo arde.
Y seguirá ardiendo.

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